martes, 18 de noviembre de 2014

Ngazobil

A las tres de la tarde llegamos a Ngazobil, que está entre Mbodiene y Joal-Fadiouth. La comida está preparada cuando llegamos: thiéboudienne, el plato típico de Senegal, arroz con pescado... al principio me sabe un poco a la paella que preparaban mis padres los domingos, no sé si porque es domingo, porque tiene arroz, porque lleva pescado o porque estamos en familia... me supo buenísimo (aunque nada que ver con la paella dominguera de la familia Flores). De todas maneras aún no me había dado cuenta de que el arroz con pescado iba a ser la dieta de toda mi estancia aquí...
Ese día me presentaron a todos los que trabajaban y vivían aquí... ¡menudo lío de nombres y de caras tenía yo! Es que me parecían todos iguales, esas caras tan oscuras se me antojaban todas la misma... ¡y esos nombres tan raros para mí me parecían imposibles de pronunciar!

El hangar es una nave muy grande que hace años se utilizaba como almacén de cacahuetes. Hoy en día es una asociación de artistas, el padre y la madre de la familia, que organiza talleres con la comunidad para acercar el arte a la población. Además de ser un lugar de exposición de las obras que realizan, es un taller con mesas de trabajo llenas de todo tipo de materiales y una casa. Sí, así es, aquí, en esta antigua nave industrial convertida en museo, taller y casa, vivimos todos. Yo ya venía advertida de Barcelona y, en un rincón que me habían preparado, coloqué la tienda de campaña que pocos días antes de venir a Senegal me había comprado en el Decathlon. Ésa sería mi habitación. Me dejaron un colchón de espuma de unos tres dedos de alto... primero me pareció un poco cutre pero luego vi que todos dormían así. Días después incluso vi que los vendían en muchas tiendas y, al ir a otras casas, vi que aquí, el colchón más usado es ése... y me pareció hasta divertido descubrir que todos dormíamos en el mismo colchón...

Una vez me hube instalado los niños me preguntaron si quería irme a la playa con ellos. ¿La playa? No se me ocurrió mejor plan, sobre todo por el calor que tenía y porque sucumbo fácilmente a la tentacion de bañarme en el mar.

La primera decepción la tuve al caminar hacia la playa. "Está aquí al lado", me dijeron. Yo andaba toda ilusionada imaginándome eso de vivir cerca del mar y ya me veía a mí misma bañándome al atardecer mientras veía la puesta de sol... demasiado bonito para ser verdad. Cuando me di cuenta habíamos andado más de veinte minutos por un camino lleno de barro esquivando las súper espinas de las ramas de los árboles y las enormes cacas de las vacas... pasamos por delante de una casa y los tres perros que la custodiaban se nos acercaron enseñándonos sus dientes amenazadoramente y no pararon de gritar hasta que los guardas de la casa vinieron a por ellos.
Antes de llegar al mar tuvimos que atravesar una especie de laguna que durante la época de lluvias no estaba en su mejor momento y olía a agua de mar en proceso de descomposición... entre la laguna y la arena había cientos de cangrejos que teníamos que sortear porque salían del agua para meterse en unos agujeros que ellos mismos hacían en la arena. Son unos cangrejos muy graciosos que tienen una pinza más grande y larga que la otra y ¡son de color lila! A la misma vez que yo los esquivaba a ellos, ellos me esquivaban a mí y, con ese caminar de lado que tienen, era como si bailásemos.

Por fin llegamos a la playa. Estaba desierta. "Bueno, quizás porque es tarde ya..." Sólo había tres perros callejeros y algún que otro senegalés corriendo o haciendo abdominales. En otras ocasiones que he ido a la playa también estaba desierta, así que nada que ver con la Barceloneta. Como es el Atlántico pensaba que el agua estaría fría y habría olas pero no, el agua estaba caliente y en calma. Lo que sí había era un montón de algas. Fuera y dentro del agua. Muchísimas algas con un fortísimo olor a mar. Me dijeron que en la época de lluvias era normal. Daba un poco de angustia meterse porque notabas como las algas se te iban enredando por el cuerpo hasta que no te adentrabas bastante en el agua y las dejabas atrás.
Nos bañamos un rato y nos volvimos a casa. En poco se haría de noche y, sin farolas en el camino y con todos los demás peligros, era mejor volver a casa mientras fuese de día.
Al volver al hangar el padre me dijo que no me aconsejaba que fuese sola a la playa, y menos al atardecer, que podría ser peligroso... pero para cuando me lo dijo, a mí ya se me habían quitado las ganas de hacerlo.

1 comentario:

  1. Hola Maite,

    que alegría leerte. Veo que hace un poco de tiempo que ya no escribes. Si tienes tiempo no lo dejes! Me encanta tu mirada, tu frescura... Si es porque estás haciendo cosas mejores, no te preocupes! Que tus fans lo entendemos :)

    Te mando mucha fuerza y un abrazo enoooooorme!
    Adri

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