miércoles, 24 de septiembre de 2014

¡Vamos a la playa!

La segunda noche en el cuchitril es dura, tanto como los colchones. Sigue sin haber nadie más en la habitación pero ya no me da pena porque gracias a eso puedo cambiarme de cama durante la noche... pruebo tres diferentes y me acuerdo del cuento de la princesa y el guisante... no consigo dormir bien en toda la noche, el aire que mueve el ventilador no me llega, todos los colchones son duros y ninguna almohada me gusta... además el wifi sigue sin funcionar así que a la mañana siguiente decido cambiar de hotel. Le paso la dirección al taxista que conoce la zona pero no la calle exacta y, después de dar muchas vueltas, tenemos que llamar al hotel para que nos indiquen cómo llegar... aún así se el hombre se pierde y seguimos dando vueltas durante un buen rato... al cabo de un rato nos cruzamos con un chico que, al vernos perdidos, nos pregunta dónde vamos... como conoce el hotel se sube con nosotros al coche para acompañarnos... cuando me doy cuenta está cargando con mi mochila hasta la habitación, me ayuda con la cerradura que estaba dura y me dice que él va a la playa y que si me quiero ir con él... ¿a la playa? ¡No se me ocurre mejor plan! Así que en nada ya tengo el bikini y la toalla en el bolso para irme con él. Antes pasamos a tomar un té senegalés a casa de su amigo. Y mientras subo las escaleras del edificio y sorteo los objetos que hay por medio hasta la última planta me acuerdo de mi amiga Susana que siempre me dice que soy demasiado confiada... y por un momento pienso en que quizás debería irme... pero enseguida me digo a mi misma que no, que lo que tengo que hacer es subir y estar atenta a lo que pase, y, sobre todo, escuchar a mi instinto y hacer caso a las señales de alerta que me envíe. No me envió ninguna señal y estuve con Fouty y sus amigos más de una hora entre tés y conciertillos de guitarra.
Luego cogimos un común, podíamos haber cogido un taxi pero quería aprovechar que iba con un senegalés para subirme en una furgoneta de ésas. Tuvimos que coger dos. Una se paró en medio de la carretera y nos subimos casi en marcha y en la otra tuvimos que esperar como veinte minutos a que se llenara para poder irnos. Me encantó la sensación de multitud. Los asientos que están en el medio, en el pasillo, son abatibles y así puedes moverte por dentro e ir recolocándote rollo tetris cuando la gente entra o sale. Además aquí las mujeres se arreglan mucho y se perfuman un montón. Son olores de esos que permanecen largo rato después de que la persona se haya ido, incluso cuando pasan por la calle, es como si dejasen una estela detrás de ellas. Es un olor algo empalagoso para mi gusto pero se agradece de vez en cuando sobre todo porque no siempre huele así de bien.
Ngor es una pequeña isla a la que se llega en barca de madera, en patera, vaya. Nos subimos mogollón de personas a la barca ¡pero nos ponemos chaleco salvavidas! La distancia no es muy larga y enseguida llegamos después de haber hecho equilibrios para salir de allí entre tanta gente. Es un sitio auténtico. La playa está llena de chiringuitos con negros con rastas escuchando regaee y fumando porros. Fouty y yo comemos arroz con pescado recién cocinado (tardaron hora y media en hacerlo) a la barbacoa (buenísimo por cierto).
Desde antes que empezáramos a comer un chico se esperaba a que acabásemos por si queríamos dejar las cosas guardadas mientras nos bañábamos en la playa. A mi me sabía mal que tuviese que esperarse tanto, pero como veía que a él le daba igual decidí que a mi también. Al acabar, fuimos con él y nos llevó hasta la habitación de una casa particular, tuvimos que pasar por delante de los niños que jugaban en el patio... la habitación era muy mona, tenía un enorme balcón que daba al mar y todo. Lo que no vi ningún armario donde dejar las cosas... Fouty y el chico se pusieron a regatear y me dijeron que por 6000 CFA podíamos quedarnos allí. Yo le digo a Fouty que por ese precio ya me vigilo yo misma las cosas, que estoy acostumbrada de hacerlo en la playa de Barcelona, y él me dice que si no quiero descansar un rato allí después de bañarnos y me señala la cama... Entonces lo pillo... y le digo, toda ruborizada, que no, que no... que no me interesa... Salimos de allí mientras Fouty me pedía disculpas... pasamos la tarde en una hamaca de la playa, alternándonos para bañarnos y vigilando nuestras propias cosas...


viernes, 19 de septiembre de 2014

Ni un momento sola


Me doy un paseo por el mercado de Kermel y cuando me doy cuenta Mustafá ya lleva un rato acompañándome y explicándome los puestos que hay... ahora ya me lo he aprendido y no voy a aceptar ningún regalo que me haga, ¡ni que esté envuelto! Pero me dejo guiar por él porque es mucho más fácil y más tranquilo que ir sola. Me como un plato de arroz con pescado en un puestecillo del mercado, son las cinco de la tarde y me muero de hambre, degusto mi primer plato de comida senegalesa cruzando los dedos por debajo de la mesa... justo donde los gatos se entretienen a repelar las espinas que les tira la gente.
Mustafá se va a rezar mientras como y luego me sigue  acompañando... después, como el que no quiere la cosa, llegamos a su puesto en el mercado...  intenta venderme algo, pero no pienso comprar nada, ¡ya tengo bastantes cosas yo! Me quedo un rato por allí y antes de irme Mustafá me da una tarjeta con su teléfono. Además del puestecillo en el mercado tiene un taxi y se ofrece a llevarme a visitar el país... aún guardo la tarjeta, ¡nunca se sabe!
Sólo son las siete de la tarde pero está anocheciendo. Voy hacia el centro buscando alguna calle más iluminada. No la encuentro. Pero me encuentro a un vendedor de zapatos. Me dice que antes tenía una tienda pero que no funcionaba y por eso decidió vender por la calle. No me ofrece que le compre ningún par pero me pregunta donde voy y acabamos tomando algo en un bar, ¡Y me invita y todo! Y además me acompaña al hotel en taxi, pagando precio senegalés...  A medio camino le dio dinero al taxista para que recargara su saldo y llamase al hotel para que le indicasen cómo llegar. Segunda vez que circulamos por la ciudad buscando el hotel... pero esta vez no intentan subir el precio, quizás porque un senegalés me acompaña...
En la puerta del hotel, Cheriff me da su teléfono para que le llame y me dice que Dios me ha puesto en su camino y que no va a perder la oportunidad de conocerme... en francés... que suena más bonito todavía... me apunto el teléfono, ¡nunca se sabe! Entro a mi habitación, aún vacía, y, aunque hasta a mí me cueste creerlo, me alegro de estar completamene sola.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Conocidos en Dakar

Salgo a la calle y ya es mediodía. ¡Menuda hora para salir! ¡Y menudo calor! pero había necesitado la mañana para estar conmigo...

Me doy una vuelta por el centro de Dakar. Me siento mirada y remirada. Vendedores de tarjetas de teléfono se me acercan, pero yo ya me sé el truco...  los taxistas me pitan por si me quiero subir, y no me extraña, tienen un precio diferente para los turistas por mucho que negocies con ellos... los niños se giran para seguir mirándome cuando me cruzo con ellos... los mayores más atrevidos me preguntan si española o francesa, si Barça o Madrid... me cruzo con un hombre que me dice que mi cara le suena y me empieza a decir el nombre de gente para ver si la conozco... otro señor me dice que ha vivido en Barcelona y que le gusta mucho... otro me dice que trabajaba en la frontera, cerca de  Perpiñán y que conoce bien Barcelona... me acompaña un trozo hasta el mercado al que yo iba y al separarse de mi un poco se me acerca otro señor que me dice que trabajaba en la frontera, cerca de Perpiñán y que conoce bien Barcelona... ¡uy! Igual que el otro, ¡qué casualidad! Pensé yo... y también me acompaña hasta el mercado... nos encontramos con el de antes y los dos caminan conmigo. Cerca del mercado se paran y uno de ellos me dice que le he caído bien y que por eso me da un regalo, estaba envuelto y todo, en papel de periódico, pero envuelto. Es un collar. ¡Oh, gracias! Digo yo. Y cuando toda contenta me iba con mi collar pensando en ponérmelo ya mismo, me dice que a cambio le tengo que dar yo un regalo a él... ¡Ya estamos! Pensé yo, y le dije que entonces no lo quería. Se enfadó conmigo. Su amigo también se enfadó y se quedaron ahí diciéndome cosas que no entendí mientras yo me iba. Más adelante, un vendedor de un quiosco me dice que no me acerque a esa gente, que son mentirosos y ladrones... ¡ah! Mentirosos, ¡no era casualidad lo de Perpiñán entonces!

martes, 9 de septiembre de 2014

Demasiadas cosas

Me despierto el miércoles pero no tengo ganas de moverme, no sé si es el calor o la emoción o todo junto. Me quedo sudando en la cama mirando el ventilador del techo, desde donde estoy el aire no me llega, además el colchón es durísimo, pienso en cambiarme de cama, total hay cinco más vacías en la habitación, pero sigo sin tener ganas de moverme... Echo un vistazo a la guía de Senegal que me he traído, busco Dakar y leo algo de lo que hay para ver... intento armarme de valor para levantarme y salir a la calle pero prefiero quedarme un rato más en la cama. El WiFi del hotel no funciona pero, gracias a las chicas de anoche, tengo whatsapp, ¡qué alivio! Me hace sentirme más acompañada, más cerca...

De vez en cuando me quedo mirando al techo y me digo a mi misma que estoy loca, que quien me mandaría a mí, que qué necesidad tenía yo... y hasta me parece oír la voz de mi madre diciéndome: ¡estás chalá! Pero se me pasa rápido y ni en un solo segundo me arrepiento de haber decidido irme.

Dos horas después me levanto, me doy una ducha en el baño compartido del pasillo e intento poner orden a mi cabeza poniendo orden a las cosas que tengo en la maleta... dejo la puerta de la habitación abierta, para ver si así corre algo de aire, y al cabo de un rato una de las chicas que trabaja en el hotel viene a la habitación, le pregunto si va a limpiar, o a cambiar las sábanas, si tengo que irme o hacer algo pero no, se sienta en la cama de al lado de la mía y se queda mirando lo que hago, lo que tengo.... a pesar de todo de lo que me he deshecho sigo teniendo muchas cosas y pienso que quizás por eso me mira... la situación me resulta embarazosa e intento hablar con ella, que qué calor hace, que si estás casada, que si tienes hijos... de mientras  revuelvo entre mi secador de viaje, mi mini plancha del pelo, mi silképil, mi súper neceser (en realidad son dos)... la chica sigue allí, mirándome, hasta que otra chica la llama y sale... para entonces ya he acabado de ordenar mis cosas y salgo yo también... al pasar por delante del cuartito donde están ellas las veo planchando las sábanas con una plancha de esas de hierro como las que usaban nuestras madres o abuelas, aquellas que se les metía el carbón dentro y que no necesitaban enchufe... estuve a punto de sacar la cámara o el móvil y hacerles una foto pero hubiera sido demasiado, ¿no?

Si es que después de todo de lo que me he deshecho, aún sigo teniendo demasiadas cosas.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Ser la misma en otra parte lo cambia todo

Estrenando el miércoles 20 de agosto, hora local, aterrizaba, sola, en Dakar. El primer trámite: acabar el sellado del visado. El primer timo: los 20 euros que el oficial me pedía por la foto del visado y porque era la primera vez que iba a Senegal...

Cuando salí de allí tuve claro que me había timado por pardilla... aunque bueno, no tan pardilla, porque al principio me decía que le diera 50 euros...  Cuando le di un billete de 50 me preguntó cuánto cambio debía darme, no sé si me preguntaba porque él no sabía contar y me pedía ayuda... o me preguntaba por si yo no sabía contar y le decía otra cosa que le beneficiara a él... el caso es que pude ver como el oficial, tranquilamente, guardaba mis 50 euros y, del mismo bolsillo donde se los metía, sacaba mis 30 de cambio... fue después, ya en el taxi de camino al hotel, que caí en que yo no había leído nada de tener que pagar en el aeropuerto... y de que el oficial se había olvidado de darme un recibo...  quizás porque me había timado, ¿no?
Pero reflexionando sobre ese timo estaba ya metida en otro, y de ese si que había leído... al subir al taxi negocio el precio del trayecto con el taxista... 10.000CFA (unos 15 euros) y a medio camino me dice que está lejos, que no sabe bien donde está y que será más caro... le digo que no puedo darle más, que ya hemos decidido el precio y que si no quiere llevarme que pare el taxi que me bajo allí mismo... me dice que allí no me deja, que es peligroso y que no paran taxis y, enfadado, me lleva hasta el hotel... efectivamente no sabe dónde está y tardamos muchísimo en encontrar el cuchitril que había reservado por internet.... aun así, al llegar le di lo que habíamos acordado al principio y no 15.000 CFA (unos 22 euros) como me pedía después... al dárselo me dijo algo entre dientes que no entendí, aunque si entendí su mirada...

Ansiosa por poder comunicarme con la gente me compré una tarjeta de teléfono para mi móvil. Fue antes de coger el taxi, justo a la salida del despacho del oficial. 5000 CFA (unos 7euros) me pedían las chicas vestidas con tejanos y camiseta ajustada promocionando la compañía... yo les decía que no me hacía falta tanto saldo y ellas intentaban convencerme...que sí mujer, para llamar a tu país...
Al final quedamos en 2000 CFA (unos 3 euros), al darle el billete de 5000 me devolvían 1000 de cambio, al ver mi cara cogió mi móvil y me enseñó los mensajes de bienvenida de la compañía con la información del saldo, 2000 CFA  de recarga y 2000 de bonus... ¿bonus? Dije yo, ¿me vas a cobrar por lo que la compañía me regala? De acuerdo, dijeron la chicas y, resignadas, me dieron mis 3000 CFA de cambio...

Con todo este cúmulo de sensaciones, añadiéndole las varias despedidas de los días anteriores y de ese mismo día, y que para mi eran casi las cuatro de la mañana, pensaba en la cama que tenía reservada en la habitación compartida del hotel... entré sigilosamente para no despertar a las otras cinco personas que debería haber en las otras camas... pero no hizo falta mucho sigilo, no había nadie más en la habitación... había emprendido este viaje sola y sola seguía estando...

Estaba entre entusiasmada y exhausta, entre ilusionada y acongojada... y, como una niña pequeña, dormí con la luz encendida... si es que,  como dicen en el cuento de Princesas de Philippe Léchermier y Rebecca Dautremer, ser la misma en otra parte, lo cambia todo.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Mi vida en dos metros cuadrados

A finales de julio dejé el piso en el que había estado viviendo desde el 2006. Vendí algunos muebles, regalé otros, hubo gente que vino a casa y se llevo cosas, otras las di a quien creía que podrían irle bien y unas pocas las guardé.
Que difícil decidir qué quedarme y qué no, fue como deshojar una margarita: esto lo quiero,  esto no lo quiero, esto me lo quedo, esto no.. al final guardé un poco de menaje del hogar que mi madre me había comprado como ajuar, un algo de ropa de invierno por si en algún momento la tuviese que necesitar, y  un mucho de libros y cuentos y álbumes ilustrados porque de eso no podía deshacerme de ninguna manera. Los del súper de debajo de casa me guardaron cajas vacías de cartón y allí fui metiendo mis cosas.

Días más tarde vacié también el piso de mis padres. Hacía máa de un año que nadie vivía allí pero hasta entonces no habíamos reunido el valor para tocar nada. Antes de irme de viaje quería recoger algunas cosas mías que aún estaban allí. En menos de dos semanas estaba de nuevo revolviendo entre recuerdos y decidiendo qué hacer con ellos, las batas de estar por casa de mi madre que ya no se iba a poner, el bastón de mi padre que ya no iba a necesitar, ropa mía que me ponía de pequeña con la que recuerdo haberme vestido, mi muñeca preferida de los ocho años que se llamaba Raquel o Silvia según el día, el vestido de la comunión protegido con bolas de alcanfor, un oso de peluche que me regalo mi primer novio, las notas del instituto, la orla de la universidad...

Y así, haciendo de nuevo de tripas corazón, volví a meter cosas en cajas y volví a despedirme de otro piso en el que tanto había vivido.

Y con todo lo que quería quedarme bien guardado en cajas, llené un trastero de dos metros cuadrados.