miércoles, 3 de septiembre de 2014

Mi vida en dos metros cuadrados

A finales de julio dejé el piso en el que había estado viviendo desde el 2006. Vendí algunos muebles, regalé otros, hubo gente que vino a casa y se llevo cosas, otras las di a quien creía que podrían irle bien y unas pocas las guardé.
Que difícil decidir qué quedarme y qué no, fue como deshojar una margarita: esto lo quiero,  esto no lo quiero, esto me lo quedo, esto no.. al final guardé un poco de menaje del hogar que mi madre me había comprado como ajuar, un algo de ropa de invierno por si en algún momento la tuviese que necesitar, y  un mucho de libros y cuentos y álbumes ilustrados porque de eso no podía deshacerme de ninguna manera. Los del súper de debajo de casa me guardaron cajas vacías de cartón y allí fui metiendo mis cosas.

Días más tarde vacié también el piso de mis padres. Hacía máa de un año que nadie vivía allí pero hasta entonces no habíamos reunido el valor para tocar nada. Antes de irme de viaje quería recoger algunas cosas mías que aún estaban allí. En menos de dos semanas estaba de nuevo revolviendo entre recuerdos y decidiendo qué hacer con ellos, las batas de estar por casa de mi madre que ya no se iba a poner, el bastón de mi padre que ya no iba a necesitar, ropa mía que me ponía de pequeña con la que recuerdo haberme vestido, mi muñeca preferida de los ocho años que se llamaba Raquel o Silvia según el día, el vestido de la comunión protegido con bolas de alcanfor, un oso de peluche que me regalo mi primer novio, las notas del instituto, la orla de la universidad...

Y así, haciendo de nuevo de tripas corazón, volví a meter cosas en cajas y volví a despedirme de otro piso en el que tanto había vivido.

Y con todo lo que quería quedarme bien guardado en cajas, llené un trastero de dos metros cuadrados.




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